Y tú, ¿alimentas al pequeño tigre?
Voy a pedirte que imagines que tienes un pequeño tigre. Aunque se trata de un cachorro y es aún muy pequeño, nuestro amigo ya dispone de unas buenas garras y dientes. De cuando en cuando nuestro tigre nos mira con ojos hambrientos, y a ti, te da la impresión de que si quisiera en cualquier momento podría intentar comerte, o al menos, eso piensas. Ante esa idea y para tratar de evitar que tus pensamientos pudieran convertirse en realidad, le alimentas. Le das un poco de leche y al menos durante este tiempo que se alimenta te dejará en paz.
Como es natural, nuestro tigre pasado un tiempo volverá a tener hambre, por lo que de nuevo se acerca a tí, y tú vuelves a alimentarle. Así, día a día y sin apenas darte cuenta, la leche se fue conviertiendo en pequeños trozos de carne y ahora necesitas de kilos de carne para alimentarle. Nuestro pequeño tigre se ha convertido en un enorme, feroz y peligroso animal, que no para de rugir y amenazar, exigiéndote su comida.
Esa leche y trozos de carne que le fuiste dando hicieron que te dejase en paz por momentos, si bien es cierto que también lo alimentaron y lo hicieron crecer. Con cada pedazo de carne y el paso del tiempo, nuestro pequeño tigre se ha convertido en un animal que hoy nos atemoriza y que nos cuesta controlar. Cada pedazo ofrecido hizo que te dejase en paz, pero también lo alimentó y lo hizo crecer.
Hay muchos pequeños tigres en nuestra vida: el miedo, la angustia, la ansiedad, la preocupación… que cuanto más nos esforzamos en alimentar para tratar de obviar y que desaparezcan, lo cierto es que conseguimos el efecto contrario; día a día se hacen más presentes y crecen. Pero si logramos aceptarlos, vivir con ellos e incluso ignorarlos, seguramente llegar un momento que nos dejen en paz, aunque posiblemente no se retiren de forma inmediata, ni definitivamente, porque en su justa medida, miedo, angustia o ansiedad son necesarios, pero al menos se habrán convertido en algo mucho más fácil de manejar.
Fuente Steven Hayes.